sábado, 17 de diciembre de 2011

barndsall house

address: 4800 hollywood boulevard, los angeles, united states
architect: frank lloyd wright
date: 1917 / 1920

Hollyhock, en East Hollywood, es la casa que el maestro le proyectó a la señorita Aline Barnsdall –que en 1917, a la muerte de su padre petrolero, había heredado tres millones-. La casa era para Aline y su hija adolescente, y en principio iba a formar parte de un complejo artístico y teatral, que nunca se llegó a construir. Aline, que era furiosamente feminista, había tenido a su hija soltera, con el consiguiente escándalo. Le interesaban el arte y el teatro. The really modern girl.

Para construir la casa y el teatro, Aline compró Olive Hill, una propiedad de 140.000 m2, una colina cubierta de olivos con maravillosas vistas a Los Angeles y a las colinas circundantes. El nombre Hollyhock, viene de unas flores que crecen en el sitio, y en las que Frank LW se inspiró para diseñar el complejo sistema ornamental. Como se construyó para la misma época en que estaba diseñando el Hotel Imperial de Tokio, parece ser que el tipo no le dedicó mucha atención a la construcción de Hollyhock, dejándola a cargo de Rudolph Schindler primero, y de su hijo Lloyd Wright, después. Es posible que allí se hayan iniciado ciertas molestias de Aline, y le haya tomado alguna inquina a la casa. Lo cierto, es que en 1927, apenas a seis años de inaugurarla, Aline asqueada de lo que le había costado, y harta de lo que le seguía costando mantenerla, finalmente se la sacó de encima, con un pase de magia americana: La regaló a la ciudad de Los Angeles, con la condición de ser utilizada como galería de arte.

La casa es verdaderamente difícil. Y fantástica. Puesta en la cima de la colina, se llega a un patio cerrado que recuerda a los templos de las películas de Tarzán. A la casa se accede a través de un largo corredor, apenas perforado, con vistas a las colinas. Ya la puerta es inverosímil, pivotante y escalonada como un vano inca. El living es enorme, con la famosa chimenea rodeada por el foso de agua, y sobre la cual hay un complicado lucernario. El foso está comunicado, a través de conductos misteriosos, con dos fuentes exteriores. En todo el living solo hay dos sillones; pero que sillones. Idénticos, grandes como veleros, e inamovibles como mausoleos. Aunque decir sillones, les queda chico; en realidad son sillón, escritorio, mesa, lámpara, biblioteca y florero. Todo en uno. Colocados a 45 grados de la chimenea, permiten un único ingreso, ya que por los otros lados, el foso con agua bloquea cualquier posibilidad. Un poquito más allá, una salita con una vista increíble, y un único sillón, y al otro costado, el comedor, magnífico, aunque las sillas, por supuesto diseño de Frank LW, parecen algo incómodas con sus altísimos respaldos de madera tallada con las infaltables hollyhocks, listas para incrustarse en las espaldas de los comensales.

Pero está el viejo Wright, rompiendo todo y armándolo de nuevo. Da vergüenza repetir los tópicos de un siglo de literatura wrightianista, pero es verdad: Está la luz que entra a la casa de cien maneras diferentes, todas asombrosas, y es verdad, las habitaciones, -los espacios, como dice la literatura- fluyen de una a otra. La casa parece llevarte sola de cuarto en cuarto, hasta sacarte afuera, a las terrazas, y dejarte atontado de tanta hermosura. Creo que desde pocos lugares, Los Angeles, se debe ver tan hermosa como desde las terrazas de Hollyhock, erizadas de pináculos premoldeados con las flores estilizadas hasta la obsesión. Y es verdad, también, la tan gastada verdad de la comunión de la arquitectura de Frank WL con la tierra. No es que la arquitectura surja de la tierra, tampoco se posa como la mejor arquitectura europea, desde Palladio hasta la señorita Hadid. La división volumétrica de cuartos y terrazas es tan sabia, tan inteligente que hace sentir que la tierra –a contrapelo de la radical ecología- no tiene ningún sentido sin la arquitectura; o mejor, que al paisaje lo inventó Frank LW. Y encima de todo eso, está la ornamentación: Un tsunami de vitrales, maderas talladas, dorados japoneses, bronce, y por todas partes, las flores de cemento, posiblemente más hermosas que las verdaderas. Y sí, también es verdad: Hollyhock es una lección de arquitectura.

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