address: 4800 hollywood boulevard, los angeles, united states
architect: frank lloyd wright
date: 1917 / 1920
Hollyhock, en East Hollywood, es la casa que el
maestro le proyectó a la señorita Aline Barnsdall –que en 1917, a la
muerte de su padre petrolero, había heredado tres millones-. La casa era
para Aline y su hija adolescente, y en principio iba a formar parte de
un complejo artístico y teatral, que nunca se llegó a construir. Aline, que
era furiosamente feminista, había tenido a su hija soltera, con el
consiguiente escándalo. Le interesaban el arte y el teatro. The really
modern girl.
Para construir la casa y el teatro, Aline compró
Olive Hill, una propiedad de 140.000 m2, una colina cubierta de olivos
con maravillosas vistas a Los Angeles y a las colinas circundantes. El
nombre Hollyhock, viene de unas flores que crecen en el sitio, y en las
que Frank LW se inspiró para diseñar el complejo sistema ornamental.
Como se construyó para la misma época en que estaba diseñando el Hotel
Imperial de Tokio, parece ser que el tipo no le dedicó mucha atención a
la construcción de Hollyhock, dejándola a cargo de Rudolph Schindler
primero, y de su hijo Lloyd Wright, después. Es posible que allí se
hayan iniciado ciertas molestias de Aline, y le haya tomado alguna
inquina a la casa. Lo cierto, es que en 1927, apenas a seis años de
inaugurarla, Aline asqueada de lo que le había costado, y harta de lo
que le seguía costando mantenerla, finalmente se la sacó de encima, con
un pase de magia americana: La regaló a la ciudad de Los Angeles, con la
condición de ser utilizada como galería de arte.
La casa es
verdaderamente difícil. Y fantástica. Puesta en la cima de la colina, se
llega a un patio cerrado que recuerda a los templos de las películas de
Tarzán. A la casa se accede a través de un largo corredor, apenas
perforado, con vistas a las colinas. Ya la puerta es inverosímil,
pivotante y escalonada como un vano inca. El living es enorme, con la
famosa chimenea rodeada por el foso de agua, y sobre la cual hay un
complicado lucernario. El foso está comunicado, a través de conductos
misteriosos, con dos fuentes exteriores. En todo el living solo hay dos
sillones; pero que sillones. Idénticos, grandes como veleros, e
inamovibles como mausoleos. Aunque decir sillones, les queda chico; en
realidad son sillón, escritorio, mesa, lámpara, biblioteca y florero.
Todo en uno. Colocados a 45 grados de la chimenea, permiten un único
ingreso, ya que por los otros lados, el foso con agua bloquea cualquier
posibilidad. Un poquito más allá, una salita con una vista increíble, y
un único sillón, y al otro costado, el comedor, magnífico, aunque las
sillas, por supuesto diseño de Frank LW, parecen algo incómodas con sus
altísimos respaldos de madera tallada con las infaltables hollyhocks,
listas para incrustarse en las espaldas de los comensales.
Pero
está el viejo Wright, rompiendo todo y armándolo de nuevo. Da vergüenza
repetir los tópicos de un siglo de literatura wrightianista, pero es
verdad: Está la luz que entra a la casa de cien maneras diferentes,
todas asombrosas, y es verdad, las habitaciones, -los espacios, como
dice la literatura- fluyen de una a otra. La casa parece llevarte sola
de cuarto en cuarto, hasta sacarte afuera, a las terrazas, y dejarte
atontado de tanta hermosura. Creo que desde pocos lugares, Los Angeles,
se debe ver tan hermosa como desde las terrazas de Hollyhock, erizadas
de pináculos premoldeados con las flores estilizadas hasta la obsesión. Y
es verdad, también, la tan gastada verdad de la comunión de la
arquitectura de Frank WL con la tierra. No es que la arquitectura surja
de la tierra, tampoco se posa como la mejor arquitectura europea, desde
Palladio hasta la señorita Hadid. La división volumétrica de cuartos y
terrazas es tan sabia, tan inteligente que hace sentir que la tierra –a
contrapelo de la radical ecología- no tiene ningún sentido sin la
arquitectura; o mejor, que al paisaje lo inventó Frank LW. Y encima de
todo eso, está la ornamentación: Un tsunami de vitrales, maderas
talladas, dorados japoneses, bronce, y por todas partes, las flores de
cemento, posiblemente más hermosas que las verdaderas. Y sí, también es
verdad: Hollyhock es una lección de arquitectura.
sábado, 17 de diciembre de 2011
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